La tarde siempre cae a nuestras espaldas
y se prende fuego,
permanentemente se apaga
y vuelve a prenderse como la piel.
No voy a mirar hacia atrás.
Es mejor mantener los ojos fijos
en algo que sabemos que nos calmará.
La salud del hijo, su dicha? La nuestra?
El vaivén de los pasos, su ruido.
Aquello que creemos ser.
Eso que el espejo nos niega intransigente.
La luz al principio del túnel.
Es la oscuridad la que siempre nos mata.
Sabemos que nos busca furtiva
dentro de cada lugar que le damos a la certeza.
Y sin embargo nos mata.
La oscuridad obstinada y brutal.
Que nos arranca y saborea
cada parte de nuestra cuerdas vocales.
No me daré vuelta.
Aún sabiendo que es mi hijo quien sufre.
Aún sabiendo y escuchando su voz
que me suplica, agónico, que lo salve.
La piel de la tarde se ha encendido
en todas nuestras gargantas.
Ya no podemos gritar.
¿Por qué él si?
BELÉN AHUMADA, DE RÍO GRANDE